Raíces y alas.

El Balneario sobre el arroyo San Francisco estaba burbujeando de gente, como corresponde a una espléndida mañana de Diciembre. De un Peugeot verde descendieron tres niños y los padres. La mujer se acercó a la puerta trasera y ayudó a bajar a una señora de cabellos grises. Los chiquilines rápidamente se acercaron al arroyo y el padre los siguió, dándoles las recomendaciones de no tirarse del trampolín y de solamente bañarse en la piscina que se forma antes del dique. Las dos mujeres lentamente llegaron hasta ellos.
- Mamá, ¿te parece entonces que podrás quedarte un ratito con los chiquilines? Nosotros vamos a estar aquí nomás, jugando al volley-ball. Mirá, el aire está fresco y lo vas a pasar bien. No sabés cuánto deseo que te mejores, que vuelvas a tener ganas de vivir como antes, como cuando veníamos al Parque con Papá, ¿te acordás?
La madre la miró como ausente, se sentó en la silla plegable que le abrió la hija y dejó vagar la mirada. “Bueno, mamá, no vayas sola al agua, que te podés caer, ta?” – Nilda besó a su madre y se fue ligero hacia la cancha, a pocos metros de ahí; el partido estaba por comenzar.
Angélica suspiró profundamente. El aire era una delicia de frescura, las hojas de los álamos se movían suavemente. Alto, por encima de las copas de los árboles, planeaban tres aguiluchos. El griterío de los gurises jugando llenaba el aire. Cada tanto se escuchaba el fuerte chapuzón de los que usaban los trampolines. Sus nietos jugaban en la orilla junto a otros niños. Suspiró nuevamente. Se estaba bien sentada allí. Había mucho calor, tanto como cuando llegó al Parque de Vacaciones por primera vez.

Los padres de Camilo se habían ido a Minas en el ómnibus de la mañana. Se iban a encontrar con unos tíos viejos que vivían en las afueras de la ciudad, para el lado del Arequita. Habían quedado en almorzar en la confitería Irisarri. Con la excusa de que Camilo se había ofrecido, junto con otros compañeros de la usina, para plantar árboles, los padres accedieron a que la parejita de novios se quedase sola. A media mañana ya llevaban varios árboles plantados, los muchachos estaban transpirados y cansados, el sol apretaba mucho en la sierra y el aire se hacía sofocante. Camilo y Angélica se separaron del grupo buscando un poco de sombra, que era muy escasa. Como estaban cerca del arroyo, Camilo insistió en llegarse hasta allí para refrescarse un poco. Angélica solamente se mojó los pies y se echó agua por el rostro, mientras que su novio se zambulló en el agua limpia y fría. El lugar era muy agreste, con algunos arbustos y árboles ribereños, pero muy solitario, solo unos aguiluchos estaban por allí, volando alto. Luego del baño Camilo se echó a su lado sobre la hierba y se dormitaron. Entre sueños, Angélica comenzó a sentir los húmedos labios de Camilo sobre su rostro y sintió las manos varoniles, que se fueron haciendo más y más exigentes. Angélica se sentía tan bien ... todo parecía ser tan perfecto al lado de Camilo ... Sin siquiera abrir los ojos para no romper el encanto, fue respondiendo una a una a las caricias, mientras dejaba que el calor que iba subiendo desde sus entrañas se convirtiese en brasa ardiente. Angélica sentía que en brazos de Camilo todo estaba bien, estaba segura, era feliz. La felicidad pareció desbordarla, su pecho no podía contener todos los sentimientos que sentía. Los labios juveniles estallaron en una risa fresca, presagio de felicidad, de libertad y supo con precisión absoluta, que ese instante lo recordaría por el resto de sus días.. La risa le brotaba espontánea, alegre, la risa parecía tener vida propia, se soltaba de su boca . La joven se sintió libre como un pájaro.


Angélica se levantó de la silla en la que estaba sentada, se estiró cuan larga era, abrió sus brazos al viento y rió, rió fuerte. Los nietos, asustados, largaron los baldes y el experimento con hormigas que acaban de comenzar y corrieron a su lado.

- ¿Qué te pasó, abuela? – preguntó Marcela.
-¿Pasarme? Nada, mi amor. Es que a veces es tan linda la vida que dan ganas de reir, no es cierto?
- Es verdad – dijo Marcela. Vamos a reirnos todos juntos.
Marcela, Diego, Sabrina y la abuela Angélica extendieron los brazos y rieron con todas sus fuerzas. Un minuto después, una desesperada Nilda corría para ver qué había sucedido. Cuando se puso al corriente de lo que pasaba, movió la cabeza y murmuró: “Mamá está cada vez peor”.

-----


Angélica se levantó de la siesta y salió de la habitación del hotel en busca de su familia. Encontró a los nietos debajo de los pinos cercanos a los juegos. Parecían aburridos, siempre era lo mismo a esa hora: que no estén al sol, que no hagan ruido, que no corran ... generación tras generación el aburrimiento de la siesta seguía invicto.

- Marcela, - preguntó la abuela - ¿dónde están tus padres?
- Se fueron al Penitente con los Suárez. A nosotros nos dejaron jugando con Antonio, pero ya nos aburrimos. La madre de él se quedó cuidándonos, pero ahora se fueron de caminata hasta el tambo, nosotros no quisimos ir porque sino, vos te ibas a levantar de la siesta y no nos ibas a encontrar.
- Ah.... – la abuela quedó pensativa- . Chiquilines - dijo con tono misterioso -, voy a ver un regalo.
- ¿Qué regalo? – quiso saber Diego. ¿Quién te lo dio? ¿Es tu cumpleaños?
- No, no es mi cumpleaños. Me lo dio un joven que estaba enamorado de mí.
- ¿Un novio? ¿Tenés novio? ¿Es jubilado como vos? – Sabrina se levantó y tomó una mano de la abuela.
- Nada de eso – rió Angélica. Me lo dio tu abuelo Camilo cuando éramos jóvenes. ¿Quieren verlo?
Se pusieron de pie y los cuatros echaron a andar sendero abajo, mientras la abuela les iba contando historias. Tomaron el camino a la porqueriza. Al llegar a un recodo, Angélica se apartó y buscó algo entre los árboles. “Aquí está, aquí está mi regalo”. Los niños corrieron a verlo. “Es solo una roca” comentó Sabrina decepcionada.
-Una simple roca, no – dijo la abuela -. Miren por el otro lado.
Dieron vuelta la piedra y quitando el barro que tenía adherido, descubrieron un corazón que guardaba dos nombres: Angélica y Camilo. “Este es el regalo que me dio Camilo. El día que lo escribió me dijo que era un regalo eterno porque estaba grabado en piedra, así, cuando otras generaciones visitasen el Parque de Vacaciones, siempre que vieran esta piedra sabrían que una vez hubo un joven Camilo que amó a una muchacha Angélica.
- ¡Qué hermoso, abuela! Se querían mucho, ¿no? – preguntó Marcela.
Angélica asintió con la cabeza. Los rugosos dedos acariciaron la piedra. Luego, levantó la barbilla y con una sonrisa de triunfo dijo: “Vieron, mi memoria falla mucho, como dice tu madre, pero hay cosas que nunca se olvidan . Ahora volvamos, si?.”
El área de juegos ya había comenzado a llenarse de bulliciosa gurisada y las canchas comenzaban a ocuparse una vez más con grupos corriendo tras una pelota o jugando al volley-ball. Dos parejas pasaron rumbo al edificio del salón-comedor, una de las mujeres llevaba el infaltable cartoncito verde, prueba irrefutable de que iban a jugar o a retirar equipo de juego.
Una canción de los Beach Boys se oía a través de los altoparlantes del bar cercano a la piscina. Angélica se sentó en un banco frente a los juegos y los chiquilines se fueron a la jaula de los monos, las hamacas y el tobogán. Un grupo de adolescentes estaba tirado sobre el pasto, a escasos metros de Angélica.
“... esta noche, entonces, los esperamos a todos” – Angélica prestó atención al locutor que había interrumpido la música. “Ya saben, a ponerse las pilas y a moverse esta noche, después de la cena, en el salón de baile. ¡Ameniza Dicoteca Nekaaaaaar! Habrá premios para las parejas ganadoras en categoría baile y en vestimenta años 50 y 60. Todas las edades compiten. Ensayen sus pasos para el concurso de Rock and Roll ... y nos vemos con Elvis, esta noche ... no falten, los esperamos “.
Angélica oyó que los muchachos se quedaron comentando sobre el concurso de Rock. Se puso a observarlos y una sonrisa se dibujó en sus labios. Estaban haciendo planes para el baile. Las chiquilinas estaban probando pasos, armando una coreografía como esas que sus nietos veían en el canal del cable, con  muchachitas de barriga al aire, mucho maquillaje y meneando el rabo para un lado y otro, como ella decía. Los chicos por su parte, simplemente miraban a sus amigas. “Así no ganamos nada, es un baile estilo 50, un rock de viejos. ¿Cómo se baila como los viejos?” – el comentario lo hizo un jovencito de pelos azules en punta y aro en la oreja, mientras movía una pajuela de lado a lado de la boca.
- Si me permiten – los interrumpió Angélica desde su banco - , yo creo saber un poco como bailábamos los viejos, claro que en aquella época tenía muchos menos años que ahora.
- Y menos quilos y menos arrugas – susurró una chiquilina de trencitas rasta.
- También menos quilos y arrugas, es verdad – rió Angélica -. Miren – se puso de pie –, les mostraré. A ver tú – señaló al de pelo azul –, vení, que te voy a mostrar.
Por los altavoces seguían pasando rock de medio siglo atrás. El muchacho, entre las risas incrédulas de sus amigos, se puso de pie y se paró frente a “la vieja”.
- Veamos, esta música los hace mover sin proponérselo, ¿verdad?, déjense llevar, eso lo hacen muy bien, solo tienen que aprender algunos pasos – Angélica tomó de las manos al joven y comenzó a enseñarle a bailar el rock and roll , con giros, paseos, enlaces y ritmo -. Así hacíamos con Camilo. Bailábamos todo, me acuerdo cuando venían grandes orquestas al Parque, cuando vino Ritmo del Caribe y mi suegra tropezó en la pista y se cayó encima de un gordo ... fue todo un espectáculo - ahora le había tocado el turno al otro muchacho, un morocho peinado de forma “normal”, pensó Angélica.
- Yo hubiera creído que Ud solo bailaba tangos, pero baila el rock muy bien – dijo una de las tres muchachas.
- Claro que también me gusta el tango, de hecho me encanta, pero el rock, el rock me recuerda tanto a Camilo ... . Bueno, ahora intenten entre ustedes, quiero ver como lo hacen.
- ¿Cómo nos tendremos que vestir? – preguntó el “azulado”.
- Bueno, en aquellos días, los muchachos iban a bailar de saco y corbata. Mi marido usaba un saco blanco que le quedaba precioso, además se peinaba el jopo a lo James Dean ... – Angélica se mordió los labios.
- Noooo, de saco y corbata, que ridículos – se rieron todos.
- Las muchachas íbamos de vestido. Cuando ganamos el segundo premio en el baile de fin de año aquí en el Parque, yo me había puesto un vestido celeste, con cuello de broderie , igual a uno que había visto en la revista “Vosotras”. Me quedaba tan lindo ... Lástima que después, una rubia tonta que no le sacaba los ojos de encima a mi marido, me manchó el vestido con un vaso de Crush. Bueno, en realidad, casi que me lo merezco, porque yo le había hecho una zancadilla.
Marcela, desde lejos, no podría creer lo que veía. Su abuela estaba bailando con unos muchachos y lo más extraordinario, era que sabía hacerlo muy bien, ¡su abuela se estaba divirtiendo! Llamó a sus hermanos y los tres se quedaron parados, observando la escena. Cuando Angélica dejó de bailar y se fue a sentar, los nietos se acercaron a ella.
- Abuela - dijo Marcela – , ¿estás bien?
- Claro que sí, estoy cansada nada más, pero me divertí mucho con estos amigos nuevos que hice. ¿A dónde dijiste que fueron tus padres?
- Al Penitente. Creo que ya volvieron, me pareció que el auto que pasó recién era el de los Suárez..
- Al Penitente ... – Angélica suspiró . Me acuerdo cuando fuimos con Camilo y Marta y Lucho. Había tanto calor ese día. En realidad elegimos un mal momento porque yo estaba de siete meses de embarazo de tu tía Serrana. Era en Abril, me acuerdo bien por el color de los árboles, ya amarillentos. Pero estaba sofocante, había sido una temporada de mucha sequía. Llegamos al salto de agua y bajamos hasta el fondo. Fue un verdadero chasco porque a raíz de la sequía, casi no caía agua. Mucho esfuerzo en vano. No debí haberlo hecho. Tu abuelo era divino, me daba la mano para apoyarme con confianza y estaba pendiente de mí todo el tiempo, pero no debí haber bajado. Cuando quisimos volver, entre el calor y mi “panza”, yo no podía subir la escalera de piedra. Entre tu abuelo y Lucho, uno tirándome de una mano y otro atrás por si me caía, logramos llegar arriba. Me faltaba el aire. El cielo se había puesto completamente encapotado, relampagueaba sobre la serranía y se escuchaban algunos truenos.
Yo estaba tan asustada de que el bebé se adelantara con esa tormenta, estando en la mitad del campo... – mientras hablaba, Angélica había puesto sus manos sobre el vientre y se acariciaba –. Subimos al Buick y sorteando las piedras fuimos pasando las tranqueras hasta llegar al camino. Después nos reíamos de todo, porque el bebé pateaba de lo lindo con cada trueno y tu abuelo estaba hecho un nudo, era todo nervios, no le salían las palabras, hasta llegó a señalar a un bicho en el camino, para distraerme, como si con eso pudiese evitar que el bebé se moviera. “Una perdiz”, dijo, todos miramos y Marta le gritó “Burro, sos un burro, eso es un Ñandú” – Angélica soltó la carcajada y siguió acariciando su “panza”.
En ese momento Nilda y su esposo llegaban caminando con los Suárez. “Hola, ¿cómo pasaron?” preguntó.
- Bien - contestó Diego. La abuela tiene un novio que le hizo un regalo, después estuvo bailando rock y ahora parece que le duele la barriga porque tiene a un bebé adentro.
-----
La cena, como siempre, había sido abundante. Las familias iban saliendo del comedor, la gran mayoría subió a la planta alta que combinaba bar, salón de juegos y sala de baile. Angélica decidió acompañar un rato a los suyos, mientras hacía tiempo para la hora de la novela, porque ahora que las habitaciones tenían televisión cable, no iba a perderse ningún capítulo, no señor.
Los nietos se confundieron con otros botijas: unos jugaban al ping-pong, otros al futbolito, algunos a las cartas y los más, corrían, gritaban y alborotaban de lo lindo.
Nilda y Agustín compraron fichas para jugar al pool con sus amigos, los Suárez. Angélica, sonriente y ansiosa, se les acercó.
- Agustín, ¿me dejarían colocar las bolas en escuadra?
Las dos parejas la miraron con asombro y una sonrisa condescendiente se pintó en sus caras. Agustín alzó los hombros. “Claro, suegra, claro”. Angélica puso el triángulo de plástico negro sobre el tapete verde de la mesa y comenzó a colocar las bolas dentro, primero una rayada y luego fue alternando, lisas y rayadas, dejando la negra en el centro.
- ¿Saben? Siempre quise jugar al pool, pero no me dejaban. Porque antes era muy distinto. Mi marido – explicaba mirando a Pancho Suárez – cuando llegábamos al Parque siempre se encontraba con gente de la Usina y claro, se la pasaban jugando al futbol, al basketbol o al truco y nosotras, Marta, Amanda, Clarita y yo, cuidábamos a los niños – Angélica sacudió suavemente el triángulo negro para acomodar mejor las bolas -. Las mujeres entonces no practicábamos tantos deportes como hacen ustedes. Bueno, pero la cosa es que cuando subíamos al bar, todos nos tomábamos unos vermuts, mi marido tomaba Cinzano y yo un Martini Blanco – Angélica levantó el triángulo y sin dejar de hablar, tomó el taco que tenía Nilda en sus mano y caminó hasta el otro extremo de la mesa, dejando a su hija con la boca abierta -. La cosa es que los hombres se ponían a jugar al pool y nosotras a la conga. Un buen día, quisimos jugar con ellos, al pool – Angélica ponía tiza en la punta del taco -, pero se armó la gorda. Los hombres se resistieron bastante, pero finalmente los convencimos y Marta tomó un taco y tiró. Por supuesto que no le pegó ni a una siquiera. Pero el caso es que el encargado del bar se nos vino al humo y con voz de pito nos dijo: “Lo siento señoras, pero está expresamente indicado que ni los menores ni las damas pueden hacer uso de las instalaciones del pool ni del billar” .
- ¿Quéee? – fue la exclamación de Nilda y Alicia.
- Si - Angélica tenía apoyado el taco de culata sobre la banda de la mesa, parecía un orador ante el público – , no estaba permitido que las mujeres jugáramos. Se imaginarán como nos pusimos. Ah, y de esto no hace tantos años, eh? Vos ya estabas casada, mirá.
- Tenían razón – dijo Pancho Suárez riendo –, las mujeres a lavar platos, que tanto ...
- Mamá, ¿qué hicieron, qué pasó? Es de no creer, qué discriminación, por Dios.
- Sabés el genio que tiene Marta, no? Se puso roja como un tomate y empezó a argumentar al pobre hombre, que se iba achicando ante el discurso que le largó Marta. Pero no pudimos jugar. Sin embargo - Angélica hizo una pausa observando la expectativa creada -, sin embargo, al día siguiente, Marta presentó una carta escrita a mano, a la gente de la Comisión de Fomento que estaba en el Parque, protestando por ese abuso. Nunca obtuvo respuesta a esa carta, pero para la siguiente temporada, cuando vinimos de vacaciones, el cartel que colgaba encima de la mesa de juego decía : “No se permite jugar a menores “ – Angélica se inclinó sobre la mesa de juego, apoyó la mano izquierda sobre el paño y tomó el taco con firmeza con la diestra. Deslizó el extremo delgado del taco por entre los dedos de la zurda, apuntó hacia el vértice del triángulo de bolas, dejó ir y venir el taco, midiendo distancias, cerró un ojo, apuntó y dio un golpe seco; las bolas salieron disparadas en varias direcciones, rebotando entre sí y contra las bandas -. ¡Rayada adentro! – gritó.
- Suerte de principiante – se admiró Agustín.
- Mamá, te estás cargando las pilas, parece que el aire del Parque te hace bien, no?
- Me estoy sintiendo bien, es cierto – sonrió Angélica -, pero ya es tarde, los dejo jugar a ustedes, yo me voy a ver la novela.
Por la escalera frente a ellos , subía el muchacho de pelo azul. Vestía una camisa y un saquito escote en ve.
- Hola, Angélica – la saludó. ¿Qué te parece? A falta de saco y corbata me puse este saco de lana de mi padre. ¿Te parece que sirva para el concurso?
- Está de más – se rió Angélica.
Nilda, Agustín y los Suárez, se miraron y largaron la carcajada mientras Angélica bajaba las escaleras.
-----

Temprano en la mañana el Peugeot ya estaba cargado con todos los bolsos. Angélica, Marcela y Sabrina salieron del comedor luego de desayunar y se dirigían hacia las escaleras para bajar a la plaza, Nilda y Agustín fueron hacia el almacén, querían llevar yemas y alfajores para Montevideo. Diego, en cambio, no bien terminó de comer, desapareció hacia la habitación.

- Abuela, mirá, el gurí de pelo azul se está por ir, igual que nosotros – dijo Sabrina.
En efecto, el muchacho en ese momento subía el auto con su mochila. El coche estaba estacionado frente a la parte vieja del hotel, del otro lado de la fuente. Su padre ya estaba al volante, arrancó y comenzó a dar vuelta a la plaza. Angélica los vio venir; miró hacia un costado, su vista pareció detenerse en algo y el rostro se le iluminó: “Sabrina, vení, vas a hacer algo que te va a gustar”. La abuela alzó en brazos a Sabrina, y cuando el auto llegó a la altura del almacén e iba a pasar frente a la escalinata, Angélica hizo que su nieta pequeña jalara del péndulo de la campana de barco, que como centinela, colgaba a la entrada del edificio del comedor.
“Tilín – tilín, talán – talán” retumbó por la plaza. El muchachito sacó la cabeza por la ventanilla y al ver a Angélica, le gritó “Adiós, diosa, hasta otro año”.
- Chau, que tengan buen viaje – saludó Angélica.
Angélica bajó a Sabrina, las nietas se peleaban por volver a tocar la campana, otros niños corrieron hacia ellas, queriendo hacer lo mismo.
- Abuela, ¿podemos volver a hacerlo? – preguntó Marcela.
- Es una costumbre que teníamos para despedir a algún amigo cuando se iba del Parque. No, no creo que sea buena idea hacerla sonar ahora, al menos que veamos a alguien más que se vaya – Angélica notó la desilusión en los rostros de los botijas que se habían agolpado a su alrededor - . Bueno, nosotros estamos por irnos, tal vez algún amiguito de los que están aquí nos despida con un campanazo, no?
Se armó un gran alboroto, varios se candidatearon como voluntarios. “Veo que son muchos los que quieren que nos vayamos. Bueno, pero tienen que esperar a que subamos al auto y todavía falta un poco, ta?”. Angélica tomó a sus nietas de las manos y bajaron hacia la plaza.
Las niñas se comenzaron a correr una a la otra y a gritar alrededor de la fuente. Sabrina, con sus cortas piernitas, no lograba alcanzar a Marcela, hasta que la grande, para facilitarle, hizo como que se escondía atrás de la abuela, que se había sentado en un banco y charlaba con otra señora. Sabrina la alcanzó, la pequeña estaba haciendo puchero y se largó a llorisquear porque la hermana era más rápida que ella.
- ¿Ya vieron las tortugas? – quiso distraerlas la señora que estaba junto a Angélica.
-¿Qué tortugas? – preguntaron las niñas a dúo.
- Las que están en la fuente – respondió Angélica - . ¿Se acuerdan de una foto que tengo sobre mi cómoda, en la que está tu mamá cuando tenía la edad de Marcela, con los lentes de sol del padre y en pose, frente a una fuente? Bueno, es esta fuente cuando recién se había inaugurado.
- Ah, si, es la foto en blanco y negro – dijo Marcela.
- Esa misma. Nilda estaba tan linda ... – Angélica le decía con orgullo a la otra mujer – yo le había comprado un conjuntito de piqué en el London-París. Le quedaba precioso y ella lo sabía y la muy bandida presumía de lo lindo.
- Así que la fuente es casi tan vieja como mi mamá – dijo Sabrina.
- ¿Quién dice que soy vieja? – preguntó Nilda que se acercaba en ese momento cargada con cajas de yemas, alfajores y una gran bolsa con chorizos y morcillas.
- Dice la abuela que cuando eras chica se inauguró la fuente – le explicó Marcela.
- Es verdad, ¿te acordás, mamá? Vos nos llevabas a Serrana y a mí a ver las tortugas y Serrana me hacía creer que no se movían por lo lentas que eran ... que boba, yo le creía. Tomá, Agustín, haceme el favor, lleva estas cosas al auto que quiero ir con mamá y las chiquilinas a verlas, si? Sos un amor. Ah, fijate si Diego está en la habitación.
La abuela, la hija y las nietas se acercaron a la fuente. Las tortugas echaban agua por la boca formando arcos. Nilda se había colgado del brazo de su madre.
- ¿Te das cuenta, mamá? Todo se repite, antes vos nos traías a nosotras hasta acá y ahora yo traigo a mis hijas. La vida es como un círculo, no?
- Si – suspiró Angélica.
- Eso dice mi maestra – apuntó Marcela saltando a su lado -, que todo vuelve a empezar, como la planta de las uvas.
- La vid – aclaró Nilda.
- Sí, la vid. Dice que en invierno es un palo seco que parece muerto, pero es solo apariencia, porque por dentro corre la savia y está viva. Pero la vid nos toma el pelo porque está dormida, no muerta y en cuanto empieza la primavera y siente el sol, entonces nos sorprende pintándose de verde, cubriéndose de hojas y después nos da uvas y con las uvas hacemos vino – Marcela respiró -. Entonces la vid que era un palo seco pero que en realidad tenía las raíces vivas se cubre de hojas, de uvas y de pájaros.
- Gracias por decírnoslo, no lo sabíamos – rió Nilda.
Nilda buscó en sus bolsillos y extrajo unas monedas, entregó una a cada niña, una a su madre y otra se la quedó. “Ahora, arrojemos estas monedas a la fuente para poder regresar el año próximo”. Cuatro monedas volaron por los aires y cayeron al fondo de la fuente.
- Abuela – dijo Sabrina tirándole de la punta de la remera –, cuando llegamos vos estabas siempre callada y quieta, dormida, como la vid.
A Angélica se le nubló la vista. Nilda abrazó a su madre y le dio un fuerte beso.
-¡Nilda! – llamó Agustín. Ya estamos prontos, Diego está aquí, así que si quieren ya nos vamos. Traigo el auto y se suben acá, ta?
Minutos después, Agustín y Diego llegaban en el auto desde el estacionamiento, las cuatro se subieron y Agustín arrancó.
“Tilín-tilín, talán-talán; tilín-tilín, talán-talán; tilín-tilín, talán-talán”. Varios niños saludaban al auto y se empujaban para seguir tocando la campana.
El auto dobló por el costado del comedor y tomó la cuesta-abajo. Diego, que iba sentado atrás, en medio de la abuela y Marcela, se puso de pie.
- Papá, ¿podés parar un momento?
- ¿Qué pasa, Diego? Me dijiste que ya habías hecho pichí.
-Si, ya hice pero ¿podés parar?
El padre detuvo la marcha. Diego miró a su abuela y con solemnidad, extrajo algo de la mochila que llevaba a la espalda.
-Abuela, esto es para vos, pero tenés que dejarla acá en el Parque – extendió un objeto mal envuelto en hojas de cuaderno.
Doce ojos se posaron sobre el regalo. La abuela, con mucha curiosidad, lo fue desenvolviendo. Una piedra quedó al descubierto, unas desparejas letras azules saltaban garabateadas sobre la piedra. Angélica alzó la vista y le dio un sonoro beso a Diego, luego mostró la piedra a Nilda y Agustín. Bajó del auto seguida de su nieto y buscó un lugar entre los pinos, con el taco de su zapato hizo un pequeño hueco en la tierra y apoyó allí la piedra. Diego dio su aprobación y corriendo, volvió al auto, Angélica, sonriente, subió también.
- Abuela, - preguntó Sabrina mientras se volvía a acomodar en la falda de su abuela – ¿qué puso Diego en la piedra?
- Dibujó un hermoso corazón que encierra un tesoro, dice: “Marcela, Diego y Sabrina aman a abuela Angélica”.

Mónica Dendi

No hay comentarios.: